"Donde el hombre ya no percibe a Dios, la vida se queda vacía; todo es insuficiente. El hombre busca después refugio en el alcohol o en la violencia, que cada vez amenaza más a la juventud. Dios está vivo. Nos ha creado y, por tanto, nos conoce a todos. Es tan grande que tiene tiempo para nuestras pequeñas cosas: ‘Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados’. Dios está vivo, y necesita hombres que vivan para Él y que lo lleven a los demás. Sí, tiene sentido ser sacerdote: el mundo, mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre".
A continuación el Papa explica una serie de características que debe tener quien desea ser sacerdote, comenzando por ser "un hombre de Dios" que siendo su mensajero entre los hombres se entregue constantemente a la oración: "Por esto es importante que el día se inicie y concluya con la oración. Que escuchemos a Dios en la lectura de la Escritura. Que le contemos nuestros deseos y esperanzas, nuestras alegrías y sufrimientos, nuestros errores y nuestra gratitud por todo lo bueno y bello, y que de esta manera esté siempre ante nuestros ojos como punto de referencia en nuestra vida".
"Así –dijo– nos hacemos más sensibles a nuestros errores y aprendemos a esforzarnos por mejorar; pero, además, nos hacemos más sensibles a todo lo hermoso y bueno que recibimos cada día como si fuera algo obvio, y crece nuestra gratitud. Y con la gratitud aumenta la alegría porque Dios está cerca de nosotros y podemos servirlo".
El Papa se refirió luego a la centralidad de la Eucaristía y la liturgia, que "debe modelar de verdad toda nuestra vida con el esplendor de su amor divino. Para celebrar bien la Eucaristía, es necesario también que aprendamos a conocer, entender y amar la liturgia de la Iglesia en su expresión concreta. En la liturgia rezamos con los fieles de todos los tiempos: pasado, presente y futuro se suman a un único y gran coro de oración. Por mi experiencia personal puedo afirmar que es entusiasmante aprender a entender poco a poco cómo todo esto ha ido creciendo, cuánta experiencia de fe hay en la estructura de la liturgia de la Misa, cuántas generaciones con su oración la han ido formando".
Seguidamente destaca la importancia del sacramento de la Penitencia que "me enseña a mirarme con los ojos de Dios, y me obliga a ser honesto conmigo mismo. Me lleva a la humildad" en donde se aprende de manera encarnada la misericordia de Dios pues "Dios siempre está dispuesto al perdón y así "aprendo también a perdonar a los demás. Reconociendo mi miseria, llego también a ser más tolerante y comprensivo con las debilidades del prójimo".
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