Me ayudan mucho las lágrimas que derramo algunos días después de la colación en el coro.
En esos momentos, sufro mucho física y moralmente, pero luego bendigo entrañablemente a Dios.
Verdaderamente, no soy mas que miseria, tanto me mire por dentro como por fuera. Cuando llega la noche y veo el cansancio de mi cuerpo, la pobre necesidad de la materia, la pequeñez y ruindad de mi cuerpo, y además, veo la puerilidad y futilidad de los motivos por los cuales mi espíritu estuvo turbado durante el día, las insignificantes razones que tuve para sufrir, y la pequeñez del mundo entero, aunque éste me aplastara... Cuando veo todo eso y pongo a su lado la santísima Cruz de Jesús... ¿quién se atreve a pensar en si mismo y a decir que sufre?
¡Oh!... egoísmo humano..., lloras por una manzana, te acongojas con los dichos de un hermano..., te turbas con el recuerdo de un día de sol en el mundo... y sufres por lo que es aire y vanidad.
¡Oh, miseria del hombre! ¡Qué poco miras a Cristo crucificado!... ¡Qué poco sufres y lloras por Él!...
Humilla tu cara en el polvo, hermano Rafael, y deja ya de pensar en nada que sea barro, que sea criatura, que sea mundo, que seas tú... Llena tu alma del amor de Cristo; besa sus llagas; abrázate a su Cruz; sueña y piensa y duerme en El... ¡Qué bien se descansa a los pies del dulce Madero! ¿Qué bien se duerme agarrado al crucifijo!
¡Qué bueno es Dios!
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